28 jun 2012

Bono de Útiles Escolares

Ya están próximas las vacaciones, y de igual manera comienzan los dolores de cabeza de los padres con lo que respecta a los gastos escolares (inscripciónútiles, uniforme, entre otros). Lo que compete al personal militar de la FANB, les corresponde como bonificación de fin de año la cantidad de 10 unidades tributaria (U.T.)  por cada hijo menor de edad y los mayores de edad que estén cursando estudios superiores por primera vez y cuya edad límite no exceda de veintiséis (26) años. A su vez, es necesario aclarar que la base de calculo de este bono es con el valor de la unidad tributaria vigente al inicio del ejercicio del año fiscal, es decir 76 bolívares y no 90 bolívares.

Fórmula: 
U.T. x 10 = 90,00 BsF x 10 = 900,00 BsF   

Para mayor información puede visualizar la directiva que puede descargar en: http://clunefa.blogspot.com/2011/11/nueva-directiva-aumento-salarial-fanb.html

13 jun 2012

CAMPAÑA DE CORO: LA RETIRADA


EJERCITO DE OCCIDENTE
8 de diciembre de 1810

Parte del General en Jefe Marqués del Toro

Desde el Pedregal di parte a U. S. del estado de las operaciones del ejército de mi mando hasta aquella fecha, y que sólo esperaba los cañones para reunirme con las divisiones que tenía avanzadas y con­tinuar mi marcha a Coro, como se impondrá U. S. por la copia de mi oficio número 79, que le acompaño, temiendo haya sido intercep­tado el original.

El día 22 emprendí la marcha para el sitio de Sabaneta, desde donde, ya incorporadas las divisiones, salí con el todo de mis tropas para el punto de Casigua y allí permanecí con mi Cuartel General hasta el 28, en que dividido mi ejército en vanguardia, retaguardia y reserva, marché para Coro distante cuatro leguas.

A las nueve de la mañana llegué con ellas, forzando la marcha la retaguardia y centro, por el aviso que tuve del jefe de vanguardia de haber roto el fuego de una batería que los enemigos tenían a la de­recha de la ciudad, en el barrio de San Nicolás, haciéndolo con cañón de a doce y dieciséis sobre la primera línea que formaron las tropas en el grande campo o llano que está al frente de la plaza.

Formada mi línea de batalla y establecida nuestra batería, empe­zamos a sufrir el fuego de la artillería enemiga de mucho más alcance, bien situada y dirigida en todos los puntos atacables de la ciudad. A pesar de esto empeñada ya la acción, y que por uno y otro costado de su campo presentaban los enemigos dos líneas de caballería mezclada de infantería, destaqué dos columnas, una por la derecha y otra por la izquierda; ésta compuesta de dos divisiones de línea con sus caza­dores, para el bosque y los méganos un cañón de a cuatro y un pe­drero, con destino a tomar las alturas y atacar la ciudad; y aquella con una división, sus cazadores, algunas partidas sueltas de caballería, al mando del capitán don Tomás Montilla, para hacer una diversión por esta parte, avanzando al mismo tiempo por el centro nuestra bate­ría mandada y dirigida por el capitán de artillería don Diego Jalón.

Apenas penetraron las tropas de la columna de la izquierda, a pesar de los obstáculos que presenta el terreno, que se empeñó un fuego el más vivo y vigoroso, haciéndolo igualmente la columna de la derecha, en cuyo tiempo se observaba un movimiento continuo en las tropas de la ciudad, frecuentes señales en la torre de la iglesia principal y un orden inalterable en los fuegos de sus baterías; pero sin que nada de esto detuviese el ardor y constancia de nuestras tropas, que ha­biendo ocupado una altura y establecido su cañón me pidieron re­fuerzo, que les envié, haciendo marchar aceleradamente la tercera división de línea y el batallón de Valencia, que avivaron el ataque hasta tomar un cañón a los enemigos, llegar al foso y estacada con que tienen rodeada la ciudad, e introducirse en las casas del recinto de ella; batiéndose así de poder a poder, sin haber tomado alimento alguno, ni bebido una gota de agua en todo el día, por no haberla en todos aquellos contornos, ni aun a distancia de dos leguas; logrando hacer retroceder por dos veces las fuerzas superiores que salían de la ciudad, y dejando un número considerable de muertos y heridos de infantería y caballería enemiga; sin que por nuestra parte hubiese otra pérdida que veintitrés muertos y treinta y un heridos.

En tan críticas circunstancias y observando al mismo tiempo la falta del auxilio de los buques por mar, cuya novedad comprobaba la noti­cia que ya se me había dado de haberse éstos entregado en Puerto Rico, recibí el aviso de que Miralles con todas las tropas se había reunido, y con socorros que había recibido de Maracaibo venía a atacarme por la espalda, combinada esta operación con la plaza y las dos líneas de caballería e infantería que se habían mantenido todo el día in­móviles en los extremos del campo: aviso que me puso en la necesidad de mandar replegasen a la línea las columnas de ataque, como lo verificaron, retirándose en el mejor orden con las primeras sombras de la noche, sin quedarme otro partido que el de formar con todas mis tropas un cuadro, resuelto a defenderme hasta sacrificar el últi­mo de mis soldados; pero habiendo cesado el fuego de la ciudad entré en consulta con los demás jefes del ejército, y viéndonos cortados, por ser imposible conservar libre la comunicación de cincuenta leguas del país enemigo, escaso de víveres, distante la agua, superiores en número los enemigos, mucho más ventajosa su artillería, y sobre todo indicios casi indubitables de estar auxiliado de tropas extranjeras, por lo que observaron las nuestras en los uniformes, figura y color de los solda­dos, armas de fábricas inglesas, que se cogieron, y exacta dirección en todas sus operaciones, me decidí a una retirada.

En efecto, a las ocho de la noche, a favor de la oscuridad y del mayor silencio que impuse a mis tropas, levanté el campo formadas mis columnas, en el mismo orden con que entré en Coro, con los ca­ñones, efectos de guerra, heridos y equipajes; dejando solamente apos­tadas algunas avanzadas hacia el campo enemigo, para sostener en caso preciso la retirada, advertidas de replegar a incorporarse con el grueso a una cierta hora, como lo ejecutaron, y después de una marcha de cuatro leguas, a la una y media establecí mi nuevo campo en Cuigima, tomando todas las medidas de precaución que dicta la guerra.

A las once de la mañana del 29, me puse en marcha con el todo de mis tropas, y a las cinco y media de la tarde acampé en el sitio del Brasil. De este punto salí el siguiente, y en el de Sabaneta a las once de la mañana me hallé cortado por Miralles, que situado en una altura inmediata al camino tenía establecida una batería, toda la cresta de la altura coronada de tropas de infantería y porción de caballería en el flanco del llano, haciéndonos un fuego vivo, tanto de cañón, como de fusilería; pero destacando cazadores por la izquierda y partidas de infantería de línea por derecha y centro, auxiliadas de nuestro cañón, que hice avanzar con un fuego continuo, logré franquearme el paso con entera derrota de Miralles, tomándole un número considera­ble de sus soldados, y haciéndole cuarenta y ocho prisioneros, de los muchos que huyeron y se dispersaron por los bosques, los cuales ase­guran consistía la fuerza del cuerpo de tropas que mandaba, en seis­cientos hombres de infantería y doscientos de caballería, entre ellos ciento ochenta soldados de línea enviados de auxilio por el Gobemador de Maracaibo, adonde acababan de llegar de Puerto Rico, habien­do tenido la felicidad de que toda nuestra pérdida, a pesar de las ventajas con que nos disputó el punto el enemigo, quedase reducida a sólo nueve muertos, incluso el subteniente veterano don Tomás del Valle, a quien por su conocido valor le confié la distinguida acción de tomar el cañón, y tres heridos.

En el mismo día, vencida esa dificultad por mis valerosas tropas, seguí mi marcha hasta acampar en el sitio de la Laja, ya de noche por los obstáculos del intransitable camino que tuvimos que hacer hasta este punto, siendo preciso a cada instante remudar los peones de tiro y cargadores de cañones. De este sitio levanté mi campo a las siete de la mañana del día primero del corriente, sin otra novedad que el picarnos las tropas enemigas la retaguardia, aunque a bastante distancia por los tiros de cañón con que las conteníamos; y a las cua­tro del mismo día acampé en la Cuibita. De aquí salí el subsecuente, y a pocas horas de marcha fue sorprendida nuestra vanguardia por una emboscada de muchos indios flecheros, que fueron cargados y derrotados por la primera división de línea, dejando muertos porción de ellos, sin otra pérdida de nuestra parte que un muerto y un herido. Continuó el ejército su marcha hasta el punto de Dividive, donde acampé ya muy entrada la noche, por lo fragoso del camino y peli­grosa conducción de los cañones.

El día tres seguí mi marcha, y a poco de haberla emprendido, fue atacada la vanguardia del ejército por una emboscada de trescientos hombres de fusil, que después de un largo tiroteo, en que se empeña­ron los cazadores y la primera y segunda división, fueron derrotados, y puestos en vergonzosa fuga los enemigos, dejando porción de muertos en el bosque, de los que sólo pudieron contarse de paso once, habiendo sólo resultado un herido de nuestra parte. Después de superado este inconveniente, marché todo aquel día sin otra novedad que tres tiros disparados por los contrarios, que nos acechaban detrás de un barranco. Creció con este motivo el cuidado, de consiguiente la necesidad de tomar nuevas precauciones, como que transitábamos por los peligrosos desfiladeros de una montaña nombrada Güedeque, en cuyo centro me vi obligado a acampar aquella noche, poniendo descubiertas en las alturas que la dominan, y avanzadas fuertes en todas las avenidas.

El día cuatro, a tiempo de levantar mi campo para continuar la mar­cha. Me vi de repente atacado por un grueso cuerpo de los enemigos, que con dos pedreros y tambor batiente nos hicieron un fuego vivo, hasta que mandé acometerles a la bayoneta por dos divisiones al mando del coronel don Luis Santineli, que los hizo retirar, dando tiempo a que las divisiones de vanguardia y columnas de equipajes y cañones, saliesen del paso peligroso en que nos hallábamos de una cuesta es­carpada y casi impracticable, continuando todo este día la marcha con una extraordinaria fatiga de las tropas que era preciso emplear en descubierto por los embarcaderos y estrechas gargantas, por donde teníamos que desfilar hasta el sitio de Pozo Largo, donde acampé aquella noche.

El día cinco decampé de este punto con todo mi ejército sin novedad alguna en la marcha hasta el sitio de las Tunitas, llano muy pequeño, montuoso y por todas partes cercado de alturas, donde nos fue pre­ciso pasar la noche en una continua alerta, hasta la mañana siguiente del seis, que al levantar mi campo y ponerse en movimiento la van­guardia de mi ejército, fue acometida su retaguardia por un cuerpo de tropas enemigas, que se contentaron con disparamos dos tiros de pedrero y hacernos cuatro descargas de fusil, sin que continuasen en molestarnos el resto del día hasta la llegada de mis tropas a esta frontera, en donde he establecido mi cuartel general y formado mi campamento.

Como, según todas las noticias que había adquirido, estaba persua­dido de que la artillería de los enemigos era de inferior calibre, y que para su defensa no podían contar con una guarnición numerosa, ni otros recursos capaces de resistir el ataque de nuestras tropas, con­duje solamente víveres para treinta días, empleando para esto un número de bagajes considerable, al paso que embarazoso para el ejército; pero desmentidos todos los informes por la artillería de grueso calibre con que nos recibió la plaza de Coro; por el estado de su defensa; por su numerosa guarnición, que no bajaba de siete a ocho mil defensores, los más obstinados, sin distinción, aun de los indios más bárbaros, que dieron pruebas de la mayor energía, y de su implacable odio al nombre caraqueño, por las expresiones con que se producían los moribundos; me hallé en el más arduo y deli­cado caso en que hasta ahora se ha visto ningún general, es decir, internado cincuenta leguas en el país enemigo; transitando por desiertos y pueblos abandonados por sus habitantes, sin víveres, sin agua, cortada la comunicación, interceptados los convoyes del ejército, sin el recurso de las fuerzas de mar con que contaba, y últimamente amenazado, en medio de estas circunstancias, de ser rodeados por las tropas enemigas, y cogido entre dos fuegos; de este tropel de peligros sólo podía salvarnos una prudente resolución dictada por la serenidad y el valor. Mi oficialidad y tropas lo han acreditado constantemente, batiéndose con el mayor denuedo y entusiasmo en todas las acciones; sufriendo la hambre, la intemperie y la fatiga con una resignación que no tiene ejemplo, de suerte que puedo asegurar a U.S. que a ellos debemos el haber salvado nuestro ejército y haber consumado una retirada de las más ordenadas, que inmortalizará la gloria de nuestra nación.

Esta se ve por su propio honor y dignidad empeñada en no desistir de la empresa de destruir un pueblo, que fomenta los partidos opues­tos a nuestro sistema; que siembra la desconfianza y enemistad entre las naciones extranjeras, nuestras aliadas; que sirve de asilo a cuan­tos facciosos conspiran contra nuestro gobierno; y que no cesa de introducir papeles y agentes que trabajan por seducir los habitantes de las ciudades limítrofes y subvertir el orden público; pero esta em­presa es impracticable sin una combinación de fuerzas por mar, con tropas de desembarco y artillería de grueso calibre, como repetidas veces lo he representado: todo lo que creo de mi obligación poner en la noticia de U. S. para la soberana resolución de S. A. y a fin de que se me prevenga lo que sea de su real agrado, en vista del contenido de esta representación y de lo que a la voz exponga el capitán don Tomás Montilla, a quien he dado comisión y las correspondientes instrucciones a este fin, como que ha presenciado todos los casos y ocurrencias, desde el principio de la campaña hasta la retirada del ejército.

Dios guarde a U.S. muchos años. Cuartel General del Paso de Siquisique, 8 de diciembre de 1810.—El Marqués del Toro.

Señor Secretario de la Guerra.
(Gazeta Extraordinaria. Caracas, 18 de diciembre de 1810)