EJERCITO DE
OCCIDENTE
8 de diciembre de 1810
Parte
del General en Jefe
Marqués del Toro
Desde el Pedregal di parte a U. S. del
estado de las operaciones del ejército de mi mando hasta aquella fecha, y que
sólo esperaba los cañones para reunirme con las divisiones que tenía avanzadas
y continuar mi marcha a Coro, como se impondrá U. S. por la copia de mi oficio
número 79, que le acompaño, temiendo haya sido interceptado el original.
El día 22 emprendí la marcha para el sitio
de Sabaneta, desde donde, ya incorporadas las divisiones, salí con el todo
de mis
tropas para el punto de Casigua y allí permanecí con mi Cuartel
General
hasta el 28, en que dividido mi ejército en vanguardia, retaguardia y reserva, marché para Coro distante
cuatro leguas.
A las nueve de la mañana llegué
con ellas, forzando la marcha la retaguardia y centro, por el aviso
que tuve del jefe de vanguardia de haber roto el fuego de una batería que
los enemigos tenían a la derecha de la ciudad, en el barrio de
San Nicolás, haciéndolo con cañón de a doce y dieciséis sobre la
primera línea que formaron las tropas en el grande campo o llano que
está al frente
de la plaza.
Formada mi línea de batalla y
establecida nuestra batería, empezamos a sufrir el fuego de la
artillería enemiga de mucho más alcance, bien situada y dirigida en todos los puntos
atacables de la ciudad. A pesar
de esto empeñada
ya la acción,
y
que por uno
y otro
costado de
su campo
presentaban
los enemigos dos líneas de caballería mezclada de infantería, destaqué dos
columnas, una por la derecha y otra por la izquierda; ésta compuesta de dos
divisiones de línea con sus cazadores, para el bosque y los méganos un cañón
de a cuatro y un pedrero, con destino a tomar las alturas y atacar la ciudad;
y aquella con una división, sus cazadores, algunas partidas sueltas de
caballería, al mando del capitán don Tomás Montilla, para hacer una diversión
por esta parte, avanzando al mismo tiempo por el centro nuestra batería
mandada y dirigida por el capitán de artillería don Diego Jalón.
Apenas penetraron las tropas de la
columna de la izquierda, a pesar de los obstáculos que presenta el terreno, que
se empeñó un fuego el más vivo y vigoroso, haciéndolo igualmente la columna de
la derecha, en cuyo tiempo se observaba un movimiento continuo en las tropas de
la ciudad, frecuentes señales en la torre de la iglesia principal y un orden
inalterable en los fuegos de sus baterías; pero sin que nada de esto detuviese
el ardor y constancia de nuestras tropas, que habiendo ocupado una altura y
establecido su cañón me pidieron refuerzo, que les envié, haciendo marchar
aceleradamente la tercera división de línea y el batallón de Valencia, que
avivaron el ataque hasta tomar un cañón a los enemigos, llegar al foso y estacada
con que tienen rodeada la ciudad, e introducirse en las casas del recinto de
ella; batiéndose así de poder a poder, sin haber tomado alimento alguno, ni
bebido una gota de agua en todo el día, por no haberla en todos aquellos
contornos, ni aun a distancia de dos leguas; logrando hacer retroceder por dos
veces las fuerzas superiores que salían de la ciudad, y dejando un número
considerable de muertos y heridos de infantería y caballería enemiga; sin que
por nuestra parte hubiese otra pérdida que veintitrés muertos y treinta y un
heridos.
En tan críticas circunstancias y
observando al mismo tiempo la falta del auxilio de los buques por mar, cuya
novedad comprobaba la noticia que ya se me había dado de haberse éstos
entregado en Puerto Rico, recibí el aviso de que Miralles con todas las tropas
se había reunido, y con socorros que había recibido de Maracaibo venía a
atacarme por la espalda, combinada esta operación con la plaza y las dos líneas
de caballería e infantería que se habían mantenido todo el día inmóviles en
los extremos del campo: aviso que me puso en la necesidad de mandar replegasen
a la línea las columnas de ataque, como lo verificaron, retirándose en el mejor
orden con las primeras sombras de la noche, sin quedarme otro partido que el de
formar con todas mis tropas un cuadro, resuelto a defenderme hasta sacrificar
el último de mis soldados; pero habiendo cesado el fuego de la ciudad entré en
consulta con los demás jefes del ejército, y viéndonos cortados, por ser
imposible conservar libre la comunicación de cincuenta leguas del país enemigo,
escaso de víveres, distante la agua, superiores en número los enemigos, mucho
más ventajosa su artillería, y sobre todo indicios casi indubitables de estar
auxiliado de tropas extranjeras, por lo que observaron las nuestras en los
uniformes, figura y color de los soldados, armas de fábricas inglesas, que se
cogieron, y exacta dirección en todas sus operaciones, me decidí a una
retirada.
En efecto, a las ocho de la noche, a
favor de la oscuridad y del mayor silencio que impuse a mis tropas, levanté el
campo formadas mis columnas, en el mismo orden con que entré en Coro, con los
cañones, efectos de guerra, heridos y equipajes; dejando solamente apostadas
algunas avanzadas hacia el campo enemigo, para sostener en caso preciso la
retirada, advertidas de replegar a incorporarse con el grueso a una cierta
hora, como lo ejecutaron, y después de una marcha de cuatro leguas, a la una y
media establecí mi nuevo campo en Cuigima, tomando todas las medidas de precaución
que dicta la guerra.
A las once de la mañana del 29, me
puse en marcha con el todo de mis tropas, y a las cinco y media de la tarde
acampé en el sitio del Brasil. De este punto salí el siguiente, y en el de
Sabaneta a las once de la mañana me hallé cortado por Miralles, que situado en
una altura inmediata al camino tenía establecida una batería, toda la cresta de
la altura coronada de tropas de infantería y porción de caballería en el flanco
del llano, haciéndonos un fuego vivo, tanto de cañón, como de fusilería; pero
destacando cazadores por la izquierda y partidas de infantería de línea por
derecha y centro, auxiliadas de nuestro cañón, que hice avanzar con un fuego
continuo, logré franquearme el paso con entera derrota de Miralles, tomándole
un número considerable de sus soldados, y haciéndole cuarenta y ocho
prisioneros, de los muchos que huyeron y se dispersaron por los bosques, los
cuales aseguran consistía la fuerza del cuerpo de tropas que mandaba, en seiscientos
hombres de infantería y doscientos de caballería, entre ellos ciento ochenta
soldados de línea enviados de auxilio por el Gobemador de Maracaibo, adonde
acababan de llegar de Puerto Rico, habiendo tenido la felicidad de que toda
nuestra pérdida, a pesar de las ventajas con que nos disputó el punto el
enemigo, quedase reducida a sólo nueve muertos, incluso el subteniente veterano
don Tomás del Valle, a quien por su conocido valor le confié la distinguida
acción de tomar el cañón, y tres heridos.
En el mismo día, vencida esa
dificultad por mis valerosas tropas, seguí mi marcha hasta acampar en el sitio
de la Laja, ya de noche por los obstáculos del intransitable camino que tuvimos
que hacer hasta este punto, siendo preciso a cada instante remudar los peones
de tiro y cargadores de cañones. De este sitio levanté mi campo a las siete de
la mañana del día primero del corriente, sin otra novedad que el picarnos las
tropas enemigas la retaguardia, aunque a bastante distancia por los tiros de
cañón con que las conteníamos; y a las cuatro del mismo día acampé en la
Cuibita. De aquí salí el subsecuente, y a pocas horas de marcha fue sorprendida
nuestra vanguardia por una emboscada de muchos indios flecheros, que fueron
cargados y derrotados por la primera división de línea, dejando muertos porción
de ellos, sin otra pérdida de nuestra parte que un muerto y un herido. Continuó
el ejército su marcha hasta el punto de Dividive, donde acampé ya muy entrada
la noche, por lo fragoso del camino y peligrosa conducción de los cañones.
El día tres seguí mi marcha, y a poco
de haberla emprendido, fue atacada la vanguardia del ejército por una emboscada
de trescientos hombres de fusil, que después de un largo tiroteo, en que se
empeñaron los cazadores y la primera y segunda división, fueron derrotados, y
puestos en vergonzosa fuga los enemigos, dejando porción de muertos en el
bosque, de los que sólo pudieron contarse de paso once, habiendo sólo resultado
un herido de nuestra parte. Después de superado este inconveniente, marché todo
aquel día sin otra novedad que tres tiros disparados por los contrarios, que
nos acechaban detrás de un barranco. Creció con este motivo el cuidado, de
consiguiente la necesidad de tomar nuevas precauciones, como que transitábamos
por los peligrosos desfiladeros de una montaña nombrada Güedeque, en cuyo
centro me vi obligado a acampar aquella noche, poniendo descubiertas en las
alturas que la dominan, y avanzadas fuertes en todas las avenidas.
El
día cuatro, a tiempo de levantar mi campo para continuar la marcha.
Me vi de repente atacado por un grueso
cuerpo de los enemigos, que con dos pedreros y tambor batiente nos
hicieron un fuego vivo, hasta que mandé acometerles a la bayoneta por dos
divisiones al mando del coronel don Luis Santineli, que los hizo retirar,
dando tiempo a que las divisiones de vanguardia y columnas de
equipajes y cañones, saliesen
del
paso peligroso
en que nos hallábamos de una cuesta escarpada y casi impracticable, continuando
todo este día la marcha con una extraordinaria fatiga de las tropas que era
preciso emplear en descubierto por los embarcaderos y estrechas
gargantas, por donde teníamos que desfilar hasta el sitio de Pozo Largo,
donde acampé aquella noche.
El
día cinco
decampé de este punto con todo mi ejército sin novedad alguna
en la marcha hasta el sitio de las Tunitas,
llano muy pequeño, montuoso y por todas partes cercado de alturas,
donde nos fue preciso pasar la noche en una continua alerta, hasta la mañana
siguiente del seis, que al levantar mi campo y ponerse en
movimiento la vanguardia de mi ejército, fue acometida su retaguardia por un
cuerpo de tropas enemigas, que se contentaron con disparamos dos tiros de
pedrero y hacernos cuatro descargas de fusil, sin que continuasen en molestarnos
el resto
del día hasta la llegada de mis tropas a esta frontera, en donde he establecido
mi cuartel general y formado mi campamento.
Como,
según todas las noticias que había adquirido, estaba persuadido de que la
artillería de los enemigos era de inferior calibre, y que para su defensa no podían
contar con una guarnición numerosa, ni otros recursos capaces de resistir el ataque
de
nuestras tropas, conduje solamente víveres para treinta días,
empleando para esto un número de bagajes considerable, al
paso que
embarazoso para
el ejército; pero
desmentidos todos los informes por la artillería de grueso calibre con que nos recibió la
plaza de Coro;
por el estado
de su defensa; por
su numerosa guarnición,
que no bajaba de siete
a
ocho mil
defensores, los
más obstinados,
sin distinción, aun
de
los indios
más bárbaros, que
dieron pruebas
de la mayor
energía, y de su
implacable odio
al nombre caraqueño,
por las
expresiones con que se producían los moribundos; me hallé en el más
arduo y delicado
caso en que hasta
ahora se ha
visto
ningún general, es decir, internado cincuenta leguas en el país enemigo;
transitando por desiertos y pueblos abandonados por sus habitantes, sin
víveres, sin agua, cortada la comunicación, interceptados los convoyes del ejército,
sin el recurso de las fuerzas de mar con que contaba, y últimamente amenazado,
en medio de estas circunstancias, de ser rodeados por las tropas enemigas, y
cogido entre dos fuegos; de este tropel de peligros sólo podía salvarnos una
prudente resolución dictada por la serenidad y el valor. Mi oficialidad y
tropas lo han acreditado constantemente, batiéndose con el mayor denuedo y
entusiasmo en todas las acciones; sufriendo la hambre, la intemperie y la
fatiga con una resignación que no tiene ejemplo, de suerte que puedo asegurar a
U.S. que a ellos debemos el haber
salvado nuestro ejército y haber consumado una retirada de las más ordenadas,
que inmortalizará la gloria de nuestra nación.
Esta se ve por su propio honor y
dignidad empeñada en no desistir de la empresa de destruir un pueblo, que
fomenta los partidos opuestos a nuestro sistema; que siembra la desconfianza y
enemistad entre las naciones extranjeras, nuestras aliadas; que sirve de asilo
a cuantos facciosos conspiran contra nuestro gobierno; y que no cesa de
introducir papeles y agentes que trabajan por seducir los habitantes de las
ciudades limítrofes y subvertir el orden público; pero esta empresa es
impracticable sin una combinación de fuerzas por mar, con tropas de desembarco
y artillería de grueso calibre, como repetidas veces lo he representado: todo
lo que creo de mi obligación poner en la noticia de U. S. para la soberana
resolución de S. A. y a fin de que se me prevenga lo que sea de su real agrado,
en vista del contenido de esta representación y de lo que a la voz exponga el
capitán don Tomás Montilla, a quien he dado comisión y las correspondientes
instrucciones a este fin, como que ha presenciado todos los casos y
ocurrencias, desde el principio de la campaña hasta la retirada del ejército.
Dios guarde a U.S. muchos años.
Cuartel General del Paso de Siquisique, 8 de diciembre de 1810.—El
Marqués del Toro.
Señor
Secretario de la Guerra.
(Gazeta Extraordinaria. Caracas, 18 de diciembre de 1810)