En el desarrollo de las guerras y batallas un
elemento esencial es la Ingeniería Militar, la cual se encarga de la movilidad,
contramovilidad y supervivencia de las
tropas empeñadas en batallas a fin de garantizar el éxito en las acciones de
combate.
López (1954) define al arma de Ingeniería Militar como el
“arte del ingeniero militar… parte integrante del ejército, en lo que a
fortificaciones, comunicaciones y transmisiones se refiere, así como a las
actividades complementarias de su labor ofensiva y defensiva de índole más o
menos directa en la batalla” (tomo 3: p. 25). De tal manera se resalta la
importancia y el papel fundamental que esta arma representa en la táctica
militar.
En cuanto al ingeniero militar, sus
características primordiales son la habilidad y el talento en la inventiva de las máquinas de guerra, que antiguamente
se denominaban ingenio, como lo manifiesta Sanz (1794), los ingenieros
militares son aquellos que “se emplean en el diseño, construcción, defensa y
ataque de todas las obras de fortificación” (p. 202).
Por estas razones se hace obvio que todas las
labores del Ingeniero Militar se centraban en las fortificaciones que según
Sanz (1794) son las construcciones y el empleo de las obras que sirvan en las
operaciones ofensivas y defensivas en un lugar de alto valor táctico y así
poder avistar al enemigo de frente o por los flancos, con la finalidad de dar
ventaja a un pequeño reducto de tropas para defenderse de un numero mayor de
combatientes.
En este sentido, Lucuze (1772) clasifica las
obras de fortificaciones en “Ofensivas, Defensivas, Naturales, Artificiales,
Compuestas, Antiguas, Modernas, Regulares, Irregulares, Reales y de Campaña” (p
8). Es necesario hacer un posterior despeje de los aspectos de esta
clasificación: según el carácter operacional
en ofensivas y defensivas; según la intervención del hombre en naturales,
artificiales y compuestas; según su periodo de construcción (antes o después
del uso de la pólvora en las batallas) en antiguas y modernas; según el tiempo
de preparación en reales y de campañas.
Todas estas técnicas eran impartidas, desde
tiempos posteriores, en centros académicos que mostraban un alto nivel de
exigencia intelectual, castrense y social, tal es el caso de la Real Academia Militar de Matemáticas
establecida en Barcelona, donde se formaron muchos oficiales ingenieros
españoles que vinieron a territorio americano a finales del siglo XVIII y
principios del XIX.
En lo que compete a Venezuela, existieron, de
igual forma, importantes intentos por establecer centros educativos para la formación de oficiales con
conocimientos en las matemáticas, geometría y fortificaciones, dichos conatos
tuvieron gran impulso pero su duración en el tiempo fue breve por razones
diversas.
Inicialmente, para 1760 el coronel de
Ingenieros Nicolás de Castro establece en su casa la Academia de Geometría y Fortificaciones,
con el fin de adiestrar a los oficiales bajo su mando en lo que a fortificación
y matemáticas compete. Entre los libros más destacados del coronel Castro
resaltan: fortificaciones regulares, fortificaciones de campaña, geometría y
máximas de guerra. Su vigencia alcanza hasta 1768 cuando su fundador es
trasladado a Panamá.
Luego, a comienzo del siglo XIX el ingeniero
español Juan Pires y Correa fundo en Cumaná una escuela de ingeniería militar
donde de igual manera se facilitó la instrucción de matemáticas, geometría y
topografía. En los espacios de este centro educativo se ilustraría Antonio José
de Sucre quien para 1813 tendría el cargo de Comandante del Batallón de Zapadores
en el Ejército de Oriente bajo las órdenes del General Santiago Mariño.
Para 1808 el coronel español ingeniero Tomás
Mires funda la Escuela de Ingeniería Militar que incluía una Academia de
Matemáticas, en ella se ilustraron hombres que fueron pieza importante de la
gesta emancipadora de Venezuela tal es el caso de Manuel Florencio Tirado,
Agustín Florencio Tirado, Francisco de Paula Avendaño, Judas Tadeo Piñango,
José Agustín de Loynaz y, continúa estudios proveniente de Cumaná, el futuro
Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre. Todos ellos engrosaron las
filas del Cuerpo de Ingenieros y Zapadores en la Primera República de Venezuela
bajo la conducción de Francisco Jacot, con empleo en Caracas, La Guaira, Puerto
Cabello, Cumaná, Barinas, Margarita y el Ejército de Occidente.
Más tarde, en 1810 “Caracas se preocupa… por
fundar una academia militar de matemáticas con el fin de suplir ‘la absoluta
falta en estas provincias, de sujetos capaces en las ciencias exactas’… el
estudio de las matemáticas sirve para la ciencia de las fortificaciones, sitios
y artillería” (Thibaud: 2003, p. 58). Y es así como, con la puesta en marcha de
los sucesos que en ese año dieron inicio a una guerra en Venezuela que duraría
hasta 1824, se crea el 3 de septiembre de 1810 la Academia Militar de
Matemáticas.
Para entonces existieron, en el territorio de
la Capitanía General de Venezuela, centros de formación de oficiales ingenieros
en los preludios de la emancipación de esta nación, lo cual deja en evidencia
que estos “Militares Ilustrados” debieron participar activamente en las
primeras acciones armadas empleando los conocimientos que habían asimilado
sobre fortificación de Campaña, que según Lucuze (1772) “es la obra con que un
ejército se segura en su campo, cubre los pasos, y puestos importantes, y
defiende las avenidas” (p. 10).
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